La conquista del espacio: llegada del Hombre a la Luna
En el 50 aniversario de la llegada a la Luna, queremos recordar el hito con la mirada de los españoles que vivieron y han contribuido al desarrollo de una mágica época aeroespacial. Hoy nos lo cuenta Isaac Domínguez Santos, Director de Espacio de Isdefe.
El 21 de julio de 1969 tenía 11 meses, así que me ahorro el tópico de contar lo que estaba haciendo aquel día cuando el mundo contuvo la respiración mientras el Eagle alunizaba.
La llegada del hombre a la luna marcó a gran parte de los miembros de aquella generación. Nuestra infancia transcurrió entre juguetes, tangibles por aquel entonces, de cohetes, módulos lunares y “geypermanes” y madelmanes” vestidos de astronauta. Los polos de hielo con sabor a frutas que aún se toman hoy, se llamaban en los 70 “Apollo”. Ser astronauta era el sueño de todos y era la respuesta recurrente a ese otro tópico de preguntar a un niño qué quiere ser de mayor. También, influenciados por nuestros padres que no salían de su asombro, la llegada a la Luna nos transmitió la fe casi ciega en las capacidades del Ser Humano gracias a la ciencia, la técnica y la ingeniería.
Los libros de texto de una asignatura que se llamaba “Naturaleza y Sociedad” dedicaban un tema al viaje a la Luna. Recuerdo un complicado gráfico en el que la Luna y la Tierra estaban rodeadas de una madeja de órbitas, una de las cuales en forma de “8” rodeaba ambos cuerpos celestes y en espiral llevaba a la superficie de la Luna. Mi sorpresa era mayúscula y no puede por menos de preguntar al profesor si no hubiera sido mejor ir “derechos”. Ya lo entenderás – me respondió- pero para eso tienes que aprender muchas matemáticas y una asignatura nueva, que veréis en 7ª y que se llama física. Desde entonces, sin saber lo que era exactamente, me quedó grabado que la llave para algo tan fascinante como viajar por el espacio estaba en la física, las matemáticas y la ciencia; que los superpoderes de los héroes de muchas series de ciencia ficción estaban a tres o cuatro cursos de la EGB más adelante. Sin duda, otro de los beneficios de aquella gesta fue crear vocaciones en toda una generación. Vocaciones que han contribuido a un desarrollo espectacular de multitud de disciplinas científicas y que han llevado a una nueva revolución, en este caso tecnológica.
También la llegada a la Luna ayudó, si no entender, sí a saber interpretar el complicado equilibrio geoestratégico en el que vivíamos. Los textos del bachillerato que estudiábamos citaban ese logro dentro del contexto de la “Carrera Espacial”, y éste, dentro del más general de “Guerra Fría”. Hoy día consideramos la llegada a Luna como una gesta de la Humanidad, y así lo es; igual que antes también había sido un sueño de la Humanidad. Julio Verne en su novela de ciencia ficción “De la Tierra a la Luna” pone en boca de sus protagonistas que una misión a la Luna tiene que ser fruto de la colaboración de todos los países de la Tierra y para ello organizan una cuestación mundial para dotar de fondos al programa (cuestación a la que España, por cierto, respondió mezquinamente porque estaba acabando su red de ferrocarriles). La colaboración internacional es algo imprescindible y que ahora mismo vemos en todos los programas espaciales, pero en la década de los 60 el esfuerzo fue soportado por un solo país. Los poderosísimos intereses geoestratégicos del momento fueron capaces de movilizar recursos sin límites para lograr un objetivo inicialmente simbólico y propagandístico. La Humanidad contuvo la respiración ante la magnitud de aquel logro, se entusiasmó y lo hizo suyo con independencia de naciones y bloques políticos. Pero la Humanidad también contuvo la respiración porque vio que dos superpotencias eran capaces de lo inimaginable, y que ese día lo inimaginable se había puesto al servicio de cumplir un sueño de la Humanidad, pero que no siempre podía ser así. Quizá, la llegada a Luna marcó también a una generación en la apreciación de la debilidad de nuestra sociedad, de lo pequeño y vulnerable de nuestro planeta. Muchos pensamos que la foto de un pequeño y frágil planeta azul tomada desde la Luna despertó muchas conciencias y dio inicio a movimientos sociales y medioambientales.
Los que hemos estudiado una ingeniería siempre miramos al programa Apollo y sus predecesores Gemini, Mercury, etc. con envidia. Son el sueño de cualquier ingeniero. Te plantean un objetivo, te plantean un plazo y te dotan de recursos. Si en los desarrollos se encontraba la necesidad de hacer algo, la respuesta era siempre: ¡hágase! “Si, pero es que se necesitan tales y tales recursos”. ¡Ahí los tiene!. Y así con cualquier problema, propuesta o imprevisto. Una de las anécdotas que cuentan los nostálgicos de la buena ingeniería de siempre es que el responsable de fiabilidad de una etapa del cohete Saturno dijo que su modelo matemático era fiable, pero que solo podía estar seguro de llegar al nivel de seguridad exigido validando el modelo mediante la vibración de la pieza entera y a tamaño y peso reales. ¡Pues hágase!, fue la respuesta que obtuvo del jefe de proyecto. Siguió la discusión: “pero para hacerlo hay que construir un hangar especial mayor que ninguno de los realizados hasta ahora.” ¡Pues constrúyase!, le contestaron. Los ingenieros que hemos tenido que lidiar con restricciones presupuestarias de todo tipo añoramos trabajar alguna vez en uno de estos proyectos, aunque nos consuela pensar que la ingeniería es el arte de hacer lo mejor, en su tiempo y con la debida economía y que por tener que ajustarse a un presupuesto no dejamos de ser buenos ingenieros.
Luego quiso el destino que mi profesión de ingeniero la desarrollase en la empresa donde trabajaban los españoles que habían contribuido al éxito del primer viaje a la Luna. España, por razones de ventaja geográfica y carambolas políticas propias de aquellos años convulsos, fue pieza clave en la exploración espacial. Las Islas Canarias estaban en plena senda de lanzamiento y los alrededores de Madrid fueron seleccionados para la ubicación de estaciones de importancia vital para las misiones. Fresnedillas de la Oliva fue un nodo principal de comunicaciones entre la Tierra y las naves lunares, Y Robledo de Chavela y Cebreros, en Ávila estaciones de primer nivel en la exploración del espacio lejano. Los trabajadores de esos centros eran personas orgullosas de ser los españoles que al servicio de una de las grandes gestas de la Humanidad habían puesto a nuestro país en la primera línea de la carrera espacial. Orgullosos desde el jefe de misión hasta el último trabajador, desde el ingeniero hasta el cocinero; orgullosos que no soberbios, por el servicio que habían prestado a una causa épica y a su país. Quizá a aquellos pioneros les debamos la envidiable situación que España tiene en el sector espacial moderno. La industria espacial española está en Europa a un nivel por encima de su peso relativo en la economía y España sigue siendo un “punto caliente” de instalaciones espaciales, pues alberga en estos momentos estaciones y centros de las grandes agencias: NASA, ESA, JAXA, GSA, Eumetsat, además de la propia planta de sistemas espaciales íntegramente nacionales dedicados al servicio público desde el espacio.
Convivir en una instalación espacial americana, herencia de los tiempos del Apollo es una experiencia muy recomendable para ver una organización pensada y dirigida hacia un objetivo. Son pequeñas ciudades donde todos son importantes, donde cada uno tiene un papel y una responsabilidad perfectamente delimitado y donde el recurso adecuado está en el momento preciso y el lugar exacto para que los engranajes funcionen bien. Hay ingenieros, técnicos, administrativos, mecánicos, carpinteros, herreros, jardineros cocineros. Es una sociedad en miniatura perfectamente jerarquizada y perfectamente igualitaria con un objetivo en común: el éxito de la misión. Es una organización que choca con las economías modernas, pero de la que sí podemos aprender cosas que son gratis como la buena planificación y sobre todo la unidad de acción hacia el objetivo común.
Estos son algunos de los recuerdos que en cascada me vienen a la cabeza. Estos son otros beneficios que obtuvimos de aquellos pioneros y de aquel viaje, además de los que siempre se cuentan de desarrollos tecnológicos y aplicaciones prácticas: Ver con todos los seres humanos un sueño ancestral de la Humanidad cumplido, las vocaciones científicas, el interés en la ingeniería, en construir, en inventar, el orgullo de ser parte de un equipo, el orgullo de ver a tu país en primera línea de la exploración espacial, la organización y el esfuerzo dirigidos a un fin común, son beneficios intangibles que una generación ha obtenido durante los cincuenta años que han transcurrido desde que Neil Armstrong dijo aquella frase universalmente famosa de “un pequeño paso para un Hombre, un gran paso para la Humanidad”
Epílogo: El 16 de julio de 1969 a las 13:32 UTC el cohete Saturn V partía desde el complejo espacial de Cabo Cañaveral. El cohete transportaba la cápsula Apollo y el módulo lunar Eagle. Tres días más tarde, a las 20:17 horas UTC del 20 de julio de 1969 el módulo Eagle al mando de Neil Armstrong y con Buzz Aldrin también a bordo toca la superficie lunar en el Mar de la Tranquilidad. Collins les esperaba en la cápsula Apollo orbitando alrededor de la Luna. En ese momento, la estación española de Fresnedillas mantenía contacto con la nave y recogió las palabras de Armstrong: “Houston: Aquí Base Tranquilidad… el Águila ha alunizado”. El 21 de julio de 1969 a las 2:56 UTC Neil Armstrong se convertía en el primer Ser Humano en pisar la Luna.
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